El hueso de la aceituna es eso que se mantiene en una sobremesa. No falta en ningún vermut que se precie. Carles Poy y Pau Raga, socios y amigos, lo tenían bien claro cuando tomaron el relevo de la bodega Piñol, y por eso han mantenido el nombre. Eso sí, adaptándolo a su catalán, ese tono dulce del Delta y de Valencia.
“Queríamos el nombre y la esencia”, remarcan. “Intentar conservar el carácter respetando al máximo el proyecto anterior. Se trataba de una bodega deteriorada y polvorienta, con un aire divertido. De esas de toda la vida. Nos gustaba el color de las paredes: menta, tostado, azul cielo y salmón subido”. Una combinación variada que permite diferenciar los espacios en los que se divide el local. También mantienen el mosaico hidráulico gris y grana del suelo, tan utilizado hasta los años sesenta del siglo pasado.
Aun así, los pocos cambios en el espacio han revitalizado el ambiente. La estructura metálica del techo, que soporta seis inmensos barriles, ahora está a la vista. Las estancias del fondo, antigua vivienda de los propietarios, se han abierto al público: una atmósfera más íntima, recogida, es el lugar ideal para cenas en pequeño comité. La joya de la corona, eso sí, luce justo al entrar: una tradicional pila de mármol que contrasta con el marrón de la madera.
Trampolín cultural
Más allá de la transformación física, la cultura juega un papel vital en Lo Pinyol. La amistad de Carles y Pau se remonta a la facultad de Historia del Arte, un vínculo que se ha fortalecido con el tiempo. La idea de montar un negocio surge medio en broma, de bodega en bodega, y toma forma de manera inesperada.
Poco se imaginaban este comisario de exposiciones y esta bibliotecaria, años después, sirviendo cañas detrás de una barra. En todo caso, la huella de sus trayectorias es visible en las pareces del local. Un cuadro de arte contemporáneo de Neil Haddon, un dibujo del catalán Bartolí, republicano exiliado en México y amor secreto de Frida Kahlo. O la propia gráfica del local, obra de Flavio Morais, un artista brasileño con quien Poy había trabajado.
La biblioteca es iniciativa de Pau, inspirada en el auge de las librerías-café en Valencia. La particularidad es que se construye con el intercambio de libros de los clientes: dejas uno y tomas otro a cambio. Similar concepto del bookcrossing, cada día más popular. “La idea es promover toda forma de cultura, desde recitales de poesía hasta clubs de lectura o presentaciones de libros”. Y, de tanto en tanto, como ya han probado con éxito, presentar algún vino del país, con explicaciones del enólogo y cata incluida.
Una tradición de barrio
El local lleva plagado de barriles, vinos y sifones de colores desde 1929. Y se nota en la clientela de las mañanas. A parte de algún café y croissant de cereales –ella siempre los recomienda-, la mayoría de los que entran son gente mayor compradora de alcohol a granel. Con parsimonia, sacan del carro de la compra su propia garrafa o botella de plástico. “Mézclame cinco litros del Priorat seco con tres del dulce, nena, que este fin de semana me llegan los americanos”. De este modo se rompe el gusto ácido del vino. “Lo tomarán con gaseosa o sin ella?, pregunta Pau, con ganas de entablar conversación. Eso es algo que dependerá de cada uno, en cuestión de gustos todos crean una fórmula propia. Y sus propios nombres. Me cuenta que en Valencia, al moscatel se le llama mistela, de toda la vida. Todavía sonríe ante la expresión curiosa de algunos clientes cuando llama “una mistela” a la pequeña copa de vino dulce.
Al anochecer sientes tintinear vinos y cavas y un extenso listado de aperitivos toma vida. Las mesitas de mármol blanco se llenan rápidamente, se produce un cambio de ritmo. Arriba y abajo, tablas de quesos de Teruel y pimientos con atún del sur de Italia. La tradición de los domingos al mediodía se alarga entre semana. No es extraño entonces ver vasos de vermut con una pequeña tajada de naranja cuando ya es negra noche. Quizá algunos los acompañarán con “esgarraet”, una tapa valenciana de bacalao, pimiento asado, aceite, ajo y mojama.
O con un corazón de alcachofa conservado en hierbas, una anchoa, tomate seco y media oliva rellena. Los más clásicos pueden optar por los platos habituales que se servían en las bodegas: un variado de embutidos, la gama de productos Espinaler o las patatas fritas Torres. Los fines de semana la oferta gastronómica se sofistica con tartaletas y combinados.
Constantemente, los dos amigos alaban el trabajo de todo aquel que ha contribuido en el proyecto. Toques personales únicos, unas lámparas de una conocida, una barra de madera hecha a medida, han dotado al establecimiento de un clima muy agradable. Un lavado de cara que no ha hecho más que potenciar el espíritu auténtico de la bodega. Cuando te lo explican, en sus conversación apasionada, en el trato cercano, afloran la ilusión y las ganas de llevarlo adelante. Es cuando se te ocurre pensar que este hueso de aceituna seguro que germina. Y dará muy buenos frutos.
C/ Torrent de l’Olla, 7.
Metro Diagonal L 3 i L5
Teléfono: 932 17 66 90
Horario: De martes a sábado de 12h a 16h y de 19h a 24h. Domingos de 12 a 16h.
Credits: publiqué una versión (en catalán) de este artículo el 31.08.2013 en Què Fem?, suplemento semanal de La Vanguardia
Traducción: Trini Calzado