Pocos han plasmado la vida y la muerte en el papel de una manera tan apasionada y desgarradora como Federico García Lorca. Los versos de este universal poeta, prosista y dramaturgo español, integrante de la Generación del 27 y considerado el escritor más popular e influyente de la literatura española del siglo XX, emocionan, hieren y desnudan el alma humana. El universo lorquiano está compuesto de obsesiones, amor, deseo, frustración, cantos a favor de las minorías oprimidas, dolor, violencia, surrealismo y erotismo; un mundo donde la luna, la sangre y el jinete que porta la muerte son protagonistas y en el que se aprecia el influjo de Rubén Darío, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.
Lorca me apasiona. Es por ello que en mi último viaje a Granada no pude dejar de visitar la que fue la casa familiar de verano (entre 1926 y 1936) de la Huerta de San Vicente, hoy convertida en casa-museo.A las afueras de Granada, un camino flanqueado por rosales, cipreses, naranjos, granados, higueras y nísperos, invita a conocer la intimidad doméstica de una casa repleta de momentos felices y trágicos. Al pasear por el bello jardín, e hipnotizada por el murmuro de un riachuelo cercano y el trinar de las aves, caigo en una ensoñación y vuelvo atrás en el tiempo. Siento el olor a jazmín de una tarde de verano y percibo, a través de una ventana, el sonido envolvente de un gramófono que coquetea con melodías de Bach, Mozart o de cante jondo. Entretanto, un gato pasea tranquilo entre macetas de geranios y mecedoras donde familiares y amigos, entre ellos Manuel de Falla, charlan entretenidos con un vaso de limonada con hierbabuena en la mano.
La casa, típicamente andaluza, se compone de dos pisos. Al entrar, siento el frescor y admiro los bonitos azulejos del suelo y el estilo castellano de una familia acomodada que prefería lo sencillo. Observo el piano de cola del músico vocacional que acabó siendo poeta y la multitud de grabados, fotografías, manuscritos, dibujos y pinturas (de íntimos amigos como Dalí o Alberti) que ornamentan las diferentes estancias. Finalmente, me emociono al ver el escritorio en su cuarto; pienso en García Lorca escribiendo hasta el amanecer obras como el “Romancero gitano” (1928), Bodas de sangre” (1932) o ”Yerma” (1934). Le imagino abriendo el balcón al despertar, perplejo ante la hermosura de la Alhambra y Sierra Nevada, sin intuir su trágico fin y que esos serían los últimos veranos de su corta vida.
El espíritu del poeta reina en la casa, hoy dinámico centro cultural que organiza exposiciones, conciertos (por la huerta pasaron Paco de Lucía, Enrique Morente, Bob Dylan o Chavela Vargas), artes escénicas, lecturas, encuentros de escritores, presentaciones de libros, ciclos de conferencias, talleres de teatro, ciclos de cine de verano, actividades para niños, etc. En los últimos años han destacado exposiciones temporales sobre Arthur Rimbaud, Jean Cocteau o la exposición “Everstill / Siempretodavía”, que brindó una muestra de arte contemporáneo dedicado al autor. Todo un homenaje a un hombre que luchaba contra la pobreza de espíritu, pues en palabras suyas: “[…] en el mundo no hay más que vida y muerte y existen millones de hombres que hablan, viven, comen, pero están muertos […] porque tienen el alma muerta […] muerta porque no tiene amor, ni un germen de idea, ni una fe, ni un ansia de liberación imprescindible en todos los hombres para poderse llamar así. […] pues el saber hace libre al espíritu humano y salva a los hombres de convertirlos en máquinas al servicio del Estado”. Federico vive en su huerta.
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