Más allá de las innumerables bellezas que atesora, tanto naturales como creadas por la mano del hombre, Myanmar posee una magia especial que enamora al visitante. Los habitantes de esta tierra con una rica cultura ancestral, enriquecida por el contacto milenario con sus vecinos de India, Tailandia, Laos o China, acogen a los turistas con una amabilidad exquisita y con un sorprendente agradecimiento por desear conocer su país. Por eso, al abandonarlo, junto a las imágenes de las pagodas, los templos de Bagan, las aldeas lacustres del lago Inle o las playas bordeadas de cocoteros, nos llevamos en el corazón la de cualquier aldeana de un remoto poblado invitándonos a entrar en su casa con una sonrisa afable diciéndonos Mengalaba, “hola” en birmano.
Una pagoda que enamora
Yangon fue la capital de Myanmar hasta el año 2005. El escritor francés Pierre Loti, en su libro Les pagodes d’or, afirma que “las pagodas de Yangon son una de las maravillas que hay que ver en esta vida”. Y no le faltaba razón. La pagoda Shwedagon es, para muchos, la más hermosa del mundo. Sin duda es la más impresionante y grandiosa. Alrededor de la gran estupa de unos cien metros de altura que constituye el centro del monumento, recubierta por más de 700 kilos de oro, numerosos templos de delicada estructura y variados colores ocupan las grandes explanadas junto a oratorios y estupas de menor tamaño.
Pero lo que más atrae es que se trata del centro de la vida religiosa y social de la ciudad, de modo que es fácil ver familias que acuden a rezar y después de las ofrendas se sientan a merendar mientras los niños juegan. Aunque se haya visitado a la luz del día, vale la pena volver de noche para admirarla de nuevo con la delicada iluminación que proporciona un aura especial al conjunto.
En el centro de Yangon se hallan otras pagodas, como la Sule o la Botatung, así como el pequeño templo hindú dedicado a la diosa Kali. Hay que acercarse hasta los muelles del río Yangon, paseando por el barrio hindú con sus innumerables tiendas, para observar la actividad incesante y la descarga manual de los centenares de barcos que atracan allí. Para un rato de relax al atardecer, un paseo por el lago Kandawgyi, sentándonos a tomar un té o un refresco en alguna de sus terrazas desde las que se contempla la silueta de la pagoda Shwedagon.
Centro de la fe budista
La segunda ciudad del país, Mandalay, fue la última capital del antiguo Reino de Birmania. Hoy es un símbolo de la fe budista. En la ciudad y sus alrededores se encuentran más de 150 monasterios.
Por ello, en sus calles nos cruzamos constantemente con monjes de túnicas color azafrán, portando sus sombrillas para protegerse del sol y unas curiosas fiambreras con las que piden comida. Llama la atención la presencia de muchas monjas budistas, con la cabeza rapada y túnicas de color rosa.
La ciudad quedó prácticamente destruida por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial pero, afortunadamente, los templos de sus alrededores se salvaron de la destrucción. A los pies de la colina de Mandalay, desde cuya cima se divisa un espléndido panorama de la ciudad y el caudaloso río Irawadi, encontramos dos pagodas. La mayor es la Kuthodaw, rodeada por 729 estelas de alabastro en las que está escrito el “canon”, una regla de las decisiones budistas del sínodo que se celebró allí en 1860. Tras ella, algo más pequeña, está la Sandamuni, con un Buda de hierro. El monasterio de Shwe Nandaw, construido totalmente en madera de teca, alberga una gran sala de audiencias y diez bajorrelieves dorados que representan las diez últimas vidas de Buda.
Valle con miles de templos
Subir a la terraza de alguno de los templos principales del valle de Bagan al atardecer significa extasiarse ante un paisaje de ensueño. Aunque los datos sobre el número de templos, pagodas y estupas existentes en el valle son poco fiables, ya que muchos de ellos fueron destruidos por un violento terremoto en 1975, se estima que siguen en pie unos 5.000, más o menos la mitad de los que tuvo en su momento de máximo esplendor. Bagan es un espectáculo de colores cambiantes según la hora del día, un lugar que produce una emoción inolvidable.
La mejor manera de efectuar un recorrido por el valle es utilizando alguna de las calesas de alquiler, tiradas por caballos, que nos llevan en un paseo entre los principales templos hasta llegar a las orillas del río Irawadi, descubriendo hermosas imágenes en cada recodo del camino.
El número de templos y pagodas a visitar es tal que requeriría varios días conocerlos. Si nos limitamos a los principales no debemos pasar por alto el templo de Ananda, con sus flechas doradas y, en el interior, cuatro estatuas de Buda de pie, que nos sonríen al verlas de lejos y pasan a tener un aspecto severo cuando nos acercamos. La pagoda Shwezigon se divisa desde lejos por su impresionante estupa recubierto de placas de oro. Es una de las más hermosas del país, con una decoración de espectacular riqueza.
El templo Gubyauk Gyi; el de Bamayazika, con algunas terrazas ideales para contemplar la puesta de sol; el de Sulamani, con frescos muy bien conservados o el de Kubyauk-Ngai, con 550 episodios de la vida de Buda, son sólo algunos de los que podemos considerar imprescindibles.
Pero, tal como decíamos, parte importante en la magia de Myanmar son sus gentes. Conocer algunas de las aldeas del valle, como la de Taung Phi o la de Min Nan Thu, es ver la forma de vida rural del país, estableciendo de inmediato un sentimiento de empatía con sus habitantes. El mercado al aire libre de Nyaung U es un espectáculo de gente, luz, ambiente y color. Podremos ver a muchas madres con sus hijos, todos con las mejillas protegidas por una pasta llamada tanaka, el sustitutivo local de las cremas protectoras del sol.
Vida lacustre
El lago Inle mide unos 50 kilómetros de largo por aproximadamente 7 de ancho. En su interior más de 70 poblados lacustres habitados por inthas o “hijos del lago”, como les gusta llamarse a sus habitantes. La ausencia de carreteras dignas de tal nombre hace que todos los desplazamientos debamos realizarlos en barcas, normalmente para cuatro pasajeros más el piloto, todos sentados uno tras otro en fila india.
Unos días de auténtica vida lacustre recorriendo los poblados; los enormes cultivos hidropónicos flotantes, especialmente de tomates; los mercados también flotantes como el de Ywama o el de Maing Thauk, en tierra firme; las pagodas de las orillas como la Shwe Yan Pie o la Phaung Daw Do; el monasterio Nga Phe Chaung o el precioso templo de Shwe Inn Tain y las ruinas que lo rodean.
Estas son algunas de las principales maravillas de esta perla del sudeste asiático. Pero hay muchas más cosas a ver, como el Monte Popa, la cueva de Pindaya, la ciudad de Amarapura o disfrutar de un crucero fluvial por el Irawadi o de las playas del golfo de Bengala.
Credits: Texto y fotos by Anna Tomàs