Una de mis grandes aficiones de siempre es la lectura. Me gustan todo tipo de géneros y de autores, aunque debo reconocer que ocupan un lugar de privilegio los escritores sudamericanos, Onetti, Gabo, Vargas Llosa, Bryce y, especialmente, Cortázar. También me gusta mucho viajar, por lo que aproveché mi último viaje a París para aunar ambas devociones y seguir las huellas parisinas del gran escritor argentino.
Más de treinta años vivió Julio en París. Amaba tanto a esa ciudad que, cuando su espíritu viajó al Olimpo de los genios, dejó su cuerpo reposando en la ciudad luz. Allí había mostrado su deseo de ser enterrado. Así que empecé mi recorrido por el cementerio de Montparnasse, para depositar unas flores en el lugar donde yace junto a Carol Dunlop, su segunda esposa. Tal vez no sea casualidad que en este hermoso camposanto descansen otras grandes figuras como Baudelaire o Sartre.
Desde el cementerio, un hermoso y corto paseo de unos treinta minutos por el barrio de Montparnasse me llevó hasta la Place du Général Beuret, donde no es difícil encontrar la casa en la que vivió Cortázar en sus primeros años en París y en la que escribió Final del juego, Las armas secretas o la extraordinaria Rayuela. La casa, ahora rehabilitada, da a un patio interior y aún puede leerse en uno de los buzones el nombre Bernárdez-Cortázar. Su primera esposa aún vive allí.
El metro de París era otro de los espacios predilectos del autor. En él situó bastantes escenas de sus obras. En Cuello de gatito negro, el protagonista, Lucho, sube a un abarrotado vagón de la línea 12 y allí roza por casualidad la mano enguantada de una hermosa mujer. El (no previsto) encuentro finaliza en casa de ella, tomando café y charlando sobre Nina Simone. Aunque no fuera la línea 12, tomé el metro para recordar esas escenas y me dirigí a la parada de Jaurès, para contemplar su hermosa estructura elevada y porque junto a ella empieza el Canal Saint-Martin, uno de las zonas preferidas por Julio para sus paseos. Hoy en día, por la tarde, los bares que lo flanquean desde su extremo norte hasta su desembocadura en el Sena son el refugio de lo que queda de la bohemia parisina. Cualquiera de ellos se convierte en un hermoso lugar de descanso para tomar un café.
Otro bello recorrido es el que permite emular a los protagonistas de El perseguidor, que bajan por Saint-Germain-des-Prés hacia el Sena, siguen por la Rue de L’Abbaye y finalizan contemplando el río y hablando en el Quai des Grands Augustins, junto al callejón de Gît-le-Coeur.
Para comer, elegí el restaurante Polidor, en la Rue Monsieur le Prince, también en la zona de Saint Germain. ¿El motivo? Pues que en él se desarrolla el inicio de la tercera novela escrita por Cortázar en París, 62. Modelo para armar. Entre la decoración de espejos, cortinillas y bancos de madera, la suerte de conseguir sentarme en una de las mesas del fondo, como hace el protagonista del relato, y la más que aceptable comida, redondeé unas jornadas de recuerdo imborrable.
Credits: publiqué una versión de este artículo (Texto y Fotos: Anna Tomàs) en enero de 2013 en la revista Lonely Planet Traveller Spain